Te obsequié una hoja seca;
como de niña regalaba flores recién cortadas a mi madre.
Una hoja con historia, sepultada por el otoño,
hallada en verano por mis manos cuando arreglaba tu jardín.
Conservaba su silueta perfecta, su muerte,
no le había quitado la rigidez de las nervaduras,
arterias perfectas.
De ella se podía ver a través,
estaba seca y marrón pero parecía del color del sol, cuando la inclinabas a la altura de tus ojos.
Quise quedármela y a la vez ofrecértela,
para que guardaras para siempre,
mi regalo como un recuerdo, acomodado entre hojas de libro.