
Esta mañana me desperté, preparé el mate y caminé 10 minutos hasta el Botanic Garden.
Elegí vivir sobre la colina porque en mi ciudad no tenía algo parecido.
Me gusta hacer actividades sola, cuando me acuerdo que no debo esperar el permiso de nadie para salir.
Siempre anhelé tanto tener un hogar que desde hace años empezó a hacerse difícil para mí salir de bajotecho.
No es que la naturaleza no me gustara, pero existió siempre una distancia entre mi expectativa y el estar ahí en realidad.
Cuando caminaba por las calles de Mar del Plata y visitaba las plazas, mi mayor temor era vivir en la calle.
Por lo que las plazas se volvieron un lugar de nostalgia y desesperación. Sobre todo porque ver a las personas dormidas en los bancos me hacía reflexionar sobre mi propia soledad.
Hoy elegí un espacio de sombra debajo de un árbol. Admito que es difícil disfrutar de la calma.
El premio es que, cuando uno se serena, el paisaje no es inmóvil. Los árboles tienen sus ruidos y así, uno en silencio puede en verdad contemplar como el resto de la vida se mueve.
Porque la naturaleza no es una imagen, no es la foto que tomé cuando llegué al parque.
Sin embargo, es como si uno quisiera expresar lo que la naturaleza no dice. Las flores de estación crecidas y bien cuidadas dicen poco de sí mismas y más de los cuidadores del jardín.
Y así es con todo aunque no sé si eso significa o tiene algo de sentido.
Pero hoy caminé sola y estuvo bien, y debería hacerlo más porque me hace independiente.
Estoy aprendiendo a salir sin objetivo definido y es de las tareas más difíciles de realizar.
Hacer algo porque sí, sin pedir validación a nadie.