
Dicen que el pasado año fue atípico en este país,
las lluvias comenzaron en mayo y se extendieron hasta octubre.
Soy una persona acostumbrada a las lluvias y al frío, encontré este lugar más templado que el de mi ciudad.
Estoy aprendiendo a convivir con el viento y ya he experimentado mi primer sismo.
Al principio no entendía qué estaba sucediendo aún informada de la frecuencia de los terremotos en esta zona.
Al ser un país interoceánico, los vientos y los ciclones son habituales.
Lo que nunca había presenciado fueron los deslizamientos de tierra. Al llover tan copiosamente y sin parar durante meses, los cerros comenzaron a moverse y escurrirse con el agua de las precipitaciones.
Un mañana abrí la puerta de casa y el cerro se había acercado hasta la entrada.
En las zonas bajas de la ciudad, las calles cercanas al mar tienen carteles con información en caso de tsunamis.
Viviendo en el cerro o a orillas del mar uno es muy susceptible a presenciar una catástrofe.
Por eso aquí la emergencia es un protocolo, niños y adultos deben saber el procedimiento para cada evento geográfico o climático.
Es curioso cómo en lugares la contingencia es parte de lo cotidiano.
Como si uno comiera una tostada por la mañana mientras una montaña se acerca unos metros hasta tu casa.
Como si las olas se elevaran convulsas un día, y todo esto fuera parte de lo esperado.