La mayoría de los días tengo problemas para salir de casa.
Esto es algo que me ocurre desde hace años cuando mi depresión se agudizó.
Entrada la pandemia, con la cuarentena, yo no sentía cambios ni desesperación. Hacía tiempo que vivía en una situación de lockdown.
Los años previos había sido muy activa, con algunos periodos largos de distimia que aún me permitían salir.
Desde 2018 el problema comenzó a complejizarse y salir se volvió más difícil, aún sabiendo que eso mejoraría mi estado.
Por aquellos momentos me invadía la apatía, estaba cansada de sentir tan intensamente.
Al día de hoy, con vaivenes, quedarme adentro es un lugar peligroso. Mi tendencia es nostálgica, pero cuando salgo la mayoría de las veces puedo escabullirme de ese estado de ánimo.
Es triste tener pena de una misma.
También empecé a desarrollar pensamientos intrusivos y recurrentes. En combinación con la depresión y la ansiedad son uno montón de cosas que debo tener en cuenta al lidiar conmigo.
Todo esto y no hallar un equilibrio entre mis emociones.
Hoy tuve un episodio de ansiedad. Lo que sucede es que quiero desaparecer y evadirme porque mi presencia mental me agota. Necesito controlar situaciones ridículas y que escapan a mi voluntad.s
De todos modos salí, chequeando por suerte solo dos veces si el gas estaba cerrado. Por supuesto que sí, siempre lo está.
Como aún no quería ver gente en la calle, elegí bajar al gimnasio por el sendero que se introduce en el cerro.
Fue agradable porque estaba algo oscuro y más fresco que en el exterior. Pasé por un claro donde se veía el mar despejado de neblina y se podía apreciar cómo la humedad iba cediendo a ese fresco que se siente antes de la lluvia.

Haber sentido eso me valió el día.
Los momentos previos a las lluvias son calmantes, una brisa y un aviso de que la situación está por cambiar.
El calor como la ansiedad son insostenibles en el tiempo.
Trato de alternar recorridos porque otra cosa que hago es adaptarme pronto a las situaciones y reproducir los mismos hábitos, aunque estos me generen malestar.
Y de repente me encuentro en otro país, en una ciudad que apenas conozco pero siempre, siempre camino por las mismas calles.
Hoy traté de cambiar eso, muy de a poco y con paciencia de mí misma, me desvié algunas calles.
También elegí otro asiento en el colectivo.

Parecen cosas menores pero en mi estado, un simple cambio de planes, otra mirada, puede cambiar el curso de mis pensamientos.
Hoy hablé un poco más con mis compañeras de gimnasio, y siendo que me ha dado vergüenza hablar en otro idioma, estoy empezando a crear el hábito de hablar sin disculparme.
Nadie espera nada de mí, nadie más que yo.
Estoy aprendiendo a ser más compasiva conmigo. Todavía sin avances, tal vez esta es una práctica, una nueva aproximación, escribirme.
Hubiera creído que con ser amable y empática con los demás sería suficiente. Pero por alguna razón a veces no nos tratamos con el mismo amor que ofrecemos al mundo.
Y aunque cueste amarme como soy, siempre tengo amistades valiosas que creen en mí.
Eso me genera una gratitud enorme y una posibilidad de creer que yo también voy a aceptarme, finalmente.